Unwin Simon, Análisis de la arquitectura, GG, Barcelona, 1997
Antes de adentrarnos de lleno en el estudio detallado de algunas de las estrategias conceptuales de la arquitectura, es necesario sentar las bases sobre la naturaleza de la arquitectura y su finalidad. Antes de abordar el "¿cómo?", es preciso considerar, siguiera brevemente, el "¿qué?" y el "¿por que?", es decir, el "¿qué es la arquitectura?" y el "¿por que la hacemos?".
No seríamos del todo sinceros si no reconociéramos que las cuestiones de la definición y de la finalidad de la arquitectura no han sido nunca resueltas. Son temas que generan gran confusión y debate, lo que no deja de ser extraño, si se tiene en cuenta que la arquitectura como actividad humana es literalmente más antigua que las pirámides. La pregunta "¿que hacemos cuando hacemos arquitectura?", aparentemente sencilla, no es tan fácil de responder como a primera vista pueda parecer.
Ciertos modos de responder a este interrogante en lugar de aclararlo, han contribuido aún más a la confusión; uno de ellos consiste en comparar la arquitectura con otras formas de arte. ¿Es la arquitectura mera escultura, una composición tridimensional de formas en el espacio? ¿Es, acaso, la aplicación de consideraciones estéticas a la forma de los edificios, o, dicho de otra manera, el arte de hacer bellos los edificios? ¿Es la ornamentación de los edificios? ¿Es una inyección de significado poético en los edificios? ¿Será, tal vez, la clasificación de los edificios con arreglo a una adscripción intelectual, como clasicismo, funcionalismo, pos-modernismo...?
Podría contestarse afirmativamente a todas esas preguntas, pero no parece que ninguna de ellas nos vaya a proporcionar la explicación elemental de la arquitectura que precisamos. Todas ellas aluden de alguna manera a una característica particular, o a una preocupación "super-estructural", pero al mismo tiempo olvidan una cuestión central que debería ser más obvia. Lo que necesitamos para los fines de este libro es una explicación mucho más básica y accesible de la naturaleza de la arquitectura, que permita a los que participan en ella saber lo que están haciendo.
Tal vez la definición más amplia de arquitectura sea la que aparece a menudo en los diccionarios, a saber:
"arquitectura es la proyectación de edificios". Aunque, así planteada, difícilmente podamos estar en desacuerdo con ella, hay que reconocer que tampoco contribuye mucho a aclarar las cosas; en cierto sentido, empequeñece nuestra idea de la arquitectura, limitándola al "proyecto de los edificios". Aunque no necesariamente, se tiende a considerar "un edificio" como un objeto (como un jarrón, o un encendedor), pero la arquitectura implica bastante más que el mero. diseño de objetos.
Una manera más útil de entender la arquitectura puede colegirse, irónicamente, del modo en que se utiliza la palabra con relación a otras formas de arte, especialmente en la música. En musicología, se entiende por arquitectura de una sinfonía la organización conceptual de sus partes en un todo, su estructura intelectual. Resulta curioso que la palabra rara vez se emplee en este sentido al referirse a la propia arquitectura.
Esta es la definición elemental de arquitectura que se ha adoptado en el presente libro. Entenderemos
por arquitectura de un edificio, de una agrupación de edificios, de una ciudad, de un jardín, etc., su organización conceptual, su estructura intelectual. Es una definición de arqui-tytura aplicable a todo tipo de ejemplos, desde los edificios más sencillos hasta los más elaborados conjuntos urbanos.
Fero aunque esta sea una manera útil de interpretar la arquitectura como actividad, no aborda la cuestión de la finalidad, del "por que" de la arquitectuRa-Esta otra "gran" y difícil pregunta puede resolverse, una vez más, de un modo rudimentario, con vistas a establecer, siguiera parcialmente, lo que uno trata de lograr cuando hace arquitectura.
En la búsqueda de esta respuesta, afirmar que el fin de la arquitectura es "proyectar edificios" resulta, una vez más, un callejón sin salida muy poco satisfactorio; en parte, porque sospechamos que la arquitectura implica algo más que eso, y, en parte también, porque se limita a trasladar el problema de la comprensión de la palabra arquitectura al de la palabra edificio.
La solución pasa por olvidarse completamente, por el momento, de la palabra edificio y pensar en cómo era la arquitectura en sus orígenes. (En este punto, no se precisa exactitud arqueológica, ni tampoco conviene enredarse en discusiones sobre si las cosas se hacían mejor en aquellos remotos tiempos que en el -mucho más complejo- mundo actual).
Imaginemos una familia prehistórica abriéndose paso en un paisaje no alterado por la actividad humana. En un momento dado, la familia decide detenerse a descansar y, en vista de que empieza a caer la noche, encender un fuego. Con este acto, tanto si piensa establecerse permanentemente como si sólo pretende pasar la noche, esa familia ha "fundado" un lugar. El hogar es, por de pronto, el centro de sus vidas. En el transcurso de sus vidas, irán creando más lugares, subsidiarios del hogar: un lugar para almacenar leña, un lugar para sentarse, un lugar para dormir; tal vez cerquen esos lugares con una valla;
seguramente los protegerán con un parasol de hojas. Desde el momento de la elección del paraje en adelante, comienza la evolución de la casa; empiezan a organizar el mundo que les rodea en lugares que utilizan para una serie de funciones. Han empezado a hacer arquitectura.
La idea de que la identificación del lugar constituye el núcleo generador de la arquitectura merece ser explorada e ilustrada con mayor amplitud. Si bien no puede decirse que la arquitectura sea propiamente un lenguaje, sí puede considerarse que, en ciertos aspectos, se comporta como tal. En este sentido, bien podría decirse que e\ lugar es a ia arquitectura ¡o (\ug el significado es al lenguaje. Aprender a hacer arquitectura no es muy diferente de aprender a usar el lenguaje. En ambos casos existen modelos y organizaciones propios que se adaptan a las circunstancias adoptando diferentes combinaciones y composiciones. De una manera significativa, la arquitectura se relaciona directamente con las cosas que hacemos; cambia y evoluciona a medida que se inventan o perfeccionan maneras nuevas -o reinterpretadas- de identificar los lugares.
Pero quizás el aspecto más importante de esta interpretación de la arquitectura como identificación del lugar, sea su carácter colectivo. Cualquiera que sea el ejemplo que se escoja (por ejemplo, un edificio), contendrá lugares propuestos por el proyectista y lugares creados "por adopción" por los usuarios (que pueden o no coincidir con aquéllos). A diferencia de una pintura o una escultura, que podrían ser consideradas como propiedad intelectual de una mente individual, la arquitectura depende de las contribuciones de muchas personas. Concebir la arquitectura como identificación del lugar conlleva que tanto el usuario como el proyectista desempeñen un papel indispensable; y por lo que respecta al proyectista, comporta que los lugares propuestos concuerden en el mayor grado posible con los lugares utilizados por los usuarios, aunque para que esto suceda tenga que pasar un cierto tiempo.
La arquitectura que llamamos "tradicional" está repleta de lugares que, por su familiaridad y su uso, encajan perfectamente con las percepciones y expectativas de los usuarios. La ilustración de esta página muestra el interior de una granja galesa (parte del techo de la planta baja ha sido eliminado para que se pueda apreciar el cuarto del piso superior). Los lugares más obvios pueden compararse directamente con los del campamento en la playa de la página anterior.
El centro sigue estando ocupado por el hogar, que constituye un lugar para cocinar, aunque ahora también haya un horno situado en la pequeña oquedad arqueada de la pared lateral del hogar. El "armario" de la parte izquierda de la ilustración es en realidad una "cama armario". En el piso de arriba existe otra cama, ubicada de forma que pueda beneficiarse del aire caliente que asciende del hogar. Bajo esa cama se ha dispuesto un lugar para almacenar y curar la carne. A la derecha del rincón de chimenea hay un banco para sentarse (y una esterilla para el gato). Pero, a diferencia del campamento en la playa, en este ejemplo todos los lugares están alojados en un contenedor -los muros y el tejado de la casa como conjunto (que, a su vez, visto desde el exterior, actúa corno un identifícador de lugar de una manera diferente).
Aunque en el dibujo no aparezca gente, cadadtino de los lugares mencionados es percibido en función de cómo se relaciona con el uso, la ocupación, el significado. Uno se imagina a la gente, o a sí mismo, en la habitación, bajo las sábanas de la cama, cocinando, charlando junto al fuego... Tales lugares no son meras abstracciones como las que encontramos en • las demás artes, sino que, por el contrario, forman parte del mundo real. La arquitectura trata, primordialmente, de la vida tal y como es vivida, más que de abstracciones, y su principal facultad es la identificación del lugar.
Condiciones de la arquitectura En nuestro intento de comprender las posibilidades de la arquitectura, debemos también ser conscientes de las condiciones en las que éstas operan.
Aunque no sea posible ponerle unos límites, y tal vez deba ser objeto de crítica permanente, la arquitectura dista mucho de ser una creación libre de la mente. Dejando por ahora a un lado aquellos proyectos arquitectónicos no destinados a ser construidos, ideados para apoyar una propuesta teórica o polémica, los procesos de la arquitectura se desarrollan en (o sobre) el mundo real, con características reales: la gravedad, el terrenoy el cielo, la materia y el espacio, el paso del tiempo, etcétera.
Además, la arquitectura es realizada por y para las personas, las cuales tienen necesidades, creencias y aspiraciones; sensibilidades estéticas en las que influye el calor, el tacto, el olor, el sonido, así como también los estímulos visuales; unas personas que hacen cosas y cuyas actividades tienen requerimientos prácticos; unas gentes capaces de aprehender el sentido y el significado del mundo que les rodea.
Estas observaciones no son más que un recordatorio de las condiciones básicas en las que vivimos y en las que ha de funcionar la arquitectura. Existen, sin embargo, otros temas generales que condicionan el funcionamiento de la arquitectura. Pe la misma manera que las lenguas del mundo tienen características comunes —un vocabulario, estructuras gramaticales, etc.—, también la arquitectura tiene sus elementos, modelos y estructuras (tanto físicos como intelectuales).
Aunque no esté tan abierta a las fantasías de la imaginación como puedan estarlo otras artes, la arquitectura está menos limitada. La pintura no necesita tener en cuenta la gravedad; la música es exclusivamente fónica. La arquitectura, sin embargo, no está coartada por los límites de un marco; ni tampoco su percepción está circunscrita a uno solo de los sentidos.
Es más, mientras que la música, la pintura y la escultura tienen una existencia trascendente, hasta cierto punto separada de la vida, la arquitectura incorpora la vida. La gente y sus actividades no son meros espectadores a los que hay que entretener, sino elementos indispensables de la arquitectura que contribuyen y participan en ella.
Por más que los pintores, escultores y compositores se lamenten de que su público jamás verá u oirá sus obras tal y como ellos las concibieron, o de que las diferentes interpretaciones pueden desvirtuar sus características sustanciales, lo cierto es que ejercen un control real sobre la esencia de sus obras; y que esa esencia está, en cierto modo, contenida ínte gramente en el objeto: la partitura musical, las cubiertas de un libro, o el marco de un cuadro. En la arquitectura, por el contrario, los usuarios pueden impregnar y alterar su esencia.
(La arquitectura también ha sido comparada con la creación de una película: una forma de arte que incorpora gente, lugar y acción en el tiempo. Pero hasta en una película, el director tiene el control absoluto de la esencia del objeto artístico a través de la trama, los escenarios, la posición de la cámara, el guión, etcétera, lo cual no es el caso de la arquitectura).
Las condiciones desde las que se puede abordar la arquitectura son, por lo tanto, complejas, tal vez más que en cualquier otra forma de arte. Hay, por un lado, condiciones físicas, impuestas por el mundo natural y su funcionamiento: espacio y materia, tiempo, gravedad, clima, luz..., así como condiciones políticas, de carácter más voluble, que son el resultado de las interacciones entre los seres humanos, individualmente y en sociedad.
La arquitectura es inevitablemente un ámbito relacionado con la política, en el que no existen aciertos incontrovertibles, sino éxitos relativos. Todo aquello que la rodea puede ser organizado conceptualmente de infinitos modos diferentes. Y, de la misma manera que existen muchas religiones y credos políticos, también existen muchas maneras divergentes de utilizar la arquitectura. La organización y disposición de los lugares son asuntos tan centrales e importantes para el modo de vida de la gente que, a lo largo de la historia, han ido perdiendo gradualmente su carácter libre y espontáneo, para pasar a ser, cada vez más, objeto de control político.
La gente fabrica lugares en los que poder llevar a cabo su vida cotidiana: lugares para comer, dormir, comprar, rezar, discutir, aprender, almacenar, y así sucesivamente. El modo como organizamos nuestros lugares está relacionado con nuestras creencias y aspiraciones, con nuestra visión del mundo. Del mismo modo que varían los puntos de vista sobre el mundo, también lo hace la arquitectura: en el ámbito personal, social y cultural, y entre diferentes sl ^culturas de una misma sociedad.
La cuestión de qué uso específico de la arquitectura es el que va a prevalecer en una situación cualquiera es, por lo general, una cuestión de poder: político, financiero o derivado de la reivindicación, la argumentación o la persuasión. Acometer un proyecto en semejantes condiciones es una aventura que sólo está al alcance de los más audaces.